Texto De Lucca- Blanco-Bourse Palatina
Jimena Ferreiro, Buenos Aires 2014
Ocultar para ver fue el título de una exposición que sucedió hace algunos años en esta misma ciudad y que volvió a sonar en mi cabeza luego del encuentro con las obras de Ignacio de Lucca, Viviana Blanco y Delfina Bourse, las mismas que hoy se presentan en Palatina por iniciativa de Ignacio, convencido que un aire de familia las recorría, y que esta muestra sin dudas confirma.
Un ir y venir de la materia las atraviesa, como si fuese un hilo que las cose y se convierte en línea, densa, opaca, austera y rasposa en las obras sobre papel de Viviana, para luego cargarse de pigmento y vibración, y explotar de color en las pinturas de Delfina; para seguir su derrotero y fluir libre y sensualmente en las obras de Ignacio. Pero este modo de ser no establece un circuito prefijado, sino completamente aleatorio que puede randomizarse para buscar correspondencias cruzadas y tránsitos zigzagueantes que hacen de estos encuentros una trama tan densa, por momentos, como la estructura misma de las obras.
En estos tránsitos de la materia podemos percibir una oscilación entre la saturación y el vacío, entre el develamiento y el ocultamiento, entre el silencio y el ruido, entre la certeza y el desconocimiento o entre la intriga y la convicción; como si cada uno de ellos pudiese dominar estas fuerzas opuestas, o por lo menos darle batalla en el campo que abren sus obras.
Este movimiento pendular que ponen en acto estos tres artistas, a partir de una estrategia de difícil equilibrio como es la de mostrar y ocultar a la vez, de dibujar y borrar, o cubrir tachando, pareciera crear un contrasentido que encuentra plena correspondencia en el universo de sus obras, porque justamente la apuesta consiste en decir callando o bien ocultar para ver.
Hay una trama con matices de intriga en los dibujos a carbonilla de Viviana Blanco, como si se tratase de una secuencia cinematográfica con tantas elipsis temporales que nos impiden descifrar el aquí y el ahora. Una casa californiana de barrio residencial con un follaje selvático que le es ajeno (como si fuese un fotograma sobreimpreso) y amenazado por pájaros hitchcockianos. La unidad espacio temporal de sus obras estalla por variaciones de escala y por un desdibujamiento de la imagen que se desvanece por borramiento, omisión y/o saturación del plano. Nunca vamos a saber del todo qué esconden sus obras.
Las superposiciones, solapamientos y desplazamientos que se traducen en capas y capas de materia que cubren las superficies de las obras de estos artistas condensan las múltiples temporalidades y convierten a sus trabajos en soporte para esa otra narración que corre en paralelo a la simultaneidad que también es propia de las imágenes. Las pinturas de Delfina Bourse, en ese sentido, son un ritual que conjugan inmediatez, experiencia y corporeidad. Porque si bien todo los pintores ponen su cuerpo al momento de ejecutar sus obras, más que nunca el cuerpo de Delfina está presente en sus obras. Su agilidad y destreza le permiten desplegar todo su cuerpo como si fuese una danza que sucede en el corazón mismo de la tela e irradia una fuerza centrífuga que expande el color, cuya memoria atesora capas y capas de materia, de trazos cuyos vestigios el espectador puede reconstruir. Delfina no nos deja ver del todo cubriendo una y otra vez la tela con grandes pinceladas de acrílico, pero ahí están las huellas de su paso por las cuales podemos proyectar su pintura como vestigios rituales.
En las obras de Ignacio de Lucca hay una presencia nueva: una especie de filigrana algo inquietante y fantasmática que sobre-imprime todo el conjunto y que oscila entre manifestarse e invisibilizarse. Se asoma y desaparece sumando una nueva capa al devenir de formas que descubre la acuarela en el encuentro con el papel. Pero también es nueva la forma orgánica que contiene la trama vegetal: esta vez el todo se percibe como un organismo vivo y mutante, en movimiento de repliegue y despliegue, avanzando y retrocediendo, gritando cuando satura el plano y callando cuando emerge blanco crudo de la hoja.
La resolución algo paradojal del decir callando o del ocultar para ver que el lenguaje escrito parece acentuar en su misma estructuración, encuentra una existencia orgánica en la vida de las obras. Porque la diferencia que separa el lenguaje de las palabras y el lenguaje de las formas se acorta o se pronuncia, se muestra útil o especialmente estéril, de acuerdo al caso en cuestión. Y pareciera que en este caso las palabras se convirtieran en una madeja que distrae (o disfraza) el encuentro placentero que se da entre las propias imágenes. Porque este diálogo que va y viene, y que puesto en palabras parece marearnos, encuentra una organicidad que en parte impugna todo lo que podamos decir de él. Aun así, el intento por decir aquello que las obras movilizan siempre está, aunque más de una vez sintamos que nuestra empresa parece fracasar.
Jimena Ferreiro
Buenos Aires, septiembre de 2014
.