Pasos para una mutación
Silvia Gurfein, 2012
1 Una niña es criada en los bosques del sur. Tiene la piel enrojecida del frío y el cuerpo fuerte como un tronco. Aquí no hay naturaleza idílica, es el lugar para templarse y para no olvidar nuestro tamaño.
Forjada con la leyenda mapuche del cuero flotando en el agua que devora sus presas y las hunde en el fondo, la niña fija sus ojos en el lago a la espera del monstruo.
Adiestrada, cuando se aleja, lleva en sus botas los restos.
2 Dejamos atrás el agua, perdimos las escamas, subimos y bajamos de los árboles, tocamos la tierra y nos reunimos en la cueva.
Una chispa traza una línea en nuestro cerebro.
Con los restos del fuego pintamos las paredes para invocar al animal que fuimos.
Carbón es agua seca.
3 Aquí descender es adentrarse en nuestra propia caja ósea. La cueva es nuestro cráneo. La caja de herramientas que forma imágenes.
La gruta está adentro, el hueco es el reverso, el otro lado de la piel.
4 Contorno de las cosas, la piel nos separa del mundo indiferenciado. Porosa superficie de contacto, envase que mantiene unido el interior, para que no desborde, informe y brutal.
¿El pellejo toma la forma o configura?
Si dibujo pieles conservo el orden.
5 La naturaleza de los sueños formados en la cavidad, nos pone frente a frente con el origen: lo que queremos olvidar se hace enorme.
Ampliar la trama deja a la vista la herida original y por el resquicio en el espejo nos miramos en los que fuimos.
Nuestro cerebro tiene ahora una grieta más.
6 Con los pies en el agua, la dibujante, yergue su espalda, marca un trazo de carbón junto al otro, la repetición de una misma célula nunca idéntica.
Por el tacto reaviva su memoria en cada línea. Al mismo tiempo que dibuja, acaricia, pelo a pelo, escama sobre escama.
Oración y conjuro, repite la delgada membrana con hojas de papel que fueron niña-tronco-cuero-branquia-fuego-espejo.
7 Una niña nos lleva de la mano, quiere que veamos lo que vieron sus ojos. Están en blanco cuando miran hacia adentro. Dulce pesadilla: somos mutantes.
Steps for a mutation
Silvia Gurfein, 2012
1. A girl brought up in the southern forests , her skin red with cold and her body strong as a trunk. There is no idyllic nature here; this is a place to grow hardened and not forget your size.
Conceived in the Mapuche legend of leather floating on the water that devours its prey and sinks it in the depths, the girl stares at the lake waiting for the monster.
Tamed, she walks away with the remains in her boots.
2. We leave the water and our scales behind, climb up and down trees, touch the ground, and gather in the cave.
A spark traces a line in our brain.
With the remains of the fire, we paint the walls to summon the animal that we once were.
Charcoal is dry water.
3. Here, to go down is to delve into our braincase. The cave is our brain. The toolbox that forms images.
The cavern is within, the hollow is the reverse, the other side of skin.
4. The outline of things, skin separates us from the undifferentiated world. Porous surface for contact, container that keeps the inside together, that prevents it—in all its shapeless crudeness—from overflowing.
Does fur assume a shape or confer it?
If I draw skins, I maintain order.
5. By their very nature, dreams shaped in the gap confront us with the origin: what we want to forget becomes vast.
Enlarging the fabric exposes the original wound and, through the crack in the mirror, we see what we once were.
Our brain now has another crevice.
6. Her feet in the water, the drawer straightens her back, engraves a line of charcoal next to another, the repetition of a cell that is never identical.
By touch, her memory is rekindled with each line. As she draws, she caresses each hair, each scale.
Prayer and spell, she duplicates the fine membrane with sheets of paper that were girl-trunk-leather-gill-fire-mirror.
7. A girl takes us by the hand. She wants us to see what her eyes have seen. They are blank when they look inside. Sweet nightmare: we are mutants.