Viviana en blanco y negro
Tulio de Sagastizábal, 2005
Decimos: poner blanco sobre negro, queriendo decir que podemos definir las cosas con claridad. Que pudimos establecer un orden y una clasificación. Que podemos discernir. Y soñamos que objetivamos.
Blanco sobre negro, la certeza que nos salva de toda confusión. El saber que nos libera de un ominoso sinsentido.
Pero blanco sobre negro, o en este caso negro sobre blanco, puede también desnudar un juego cruel sobre de los límites de las formas, en las fronteras de las cosas, donde acaba o comienza cada cuerpo.
E ingresarnos desapercibidamente en el mundo de lo monstruoso.
Lo monstruoso como lo que anida, lo que se incuba en cada sombra que se alarga, en cada espesor que se ensancha. Lo monstruoso como irreal, lo que ya no pertenece al continuo de las representaciones, porque desborda la razón que fundó las cosas en su sitio, blanco sobre negro. O negro sobre blanco.
Pintar esas deformaciones es soplar en la burbuja de cristal para que estalle; o no estalle, pero pierda toda la impecable redondez que impide hablar del mundo inacabado; el que se hace y se deshace en el espacio de cada forma; el que no vence al tiempo y tampoco consigue mantener el equilibrio.
Recordándonos mantener despierta la sutil premonición que nos deja intuir que las formas todas son manchas que un día buscarán ansiosamente encontrarse, amalgamarse, fundirse o perderse, como deseo último de todo lo viviente.
Viviana in black and white
Tulio de Sagastizábal, 2005
We say “in black and white” to refer to something clear, something that we have been able to order and classify. Something we can make out distinctly. And we dream that we objectify.
Black on white: the certainty that saves us from any confusion. The knowledge that frees us from impending meaninglessness.
But black on white can also expose a cruel game at the limits of form, the boundaries of things, where each body begins or ends.
And we stealthily enter the world of the monstrous.
The monstrous as that which nestles, that which brews in every shadow that stretches, every density that broadens. The monstrous as irreal, that which no longer forms part of the continuum of representations because it overflows the reason that put things in their place, in black and white, or the other way around.
To paint these deformations is to blow in the glass bubble until it bursts or doesn’t burst, but loses all the perfect roundness that keeps us from speaking of the unfinished world, the one that is made and unmade in the space of each form, the one that neither defeats time nor keeps balance.
Remembering to keep aquiver the subtle premonition that lets us sense that all forms are stains that will one day try to come together eagerly, to join, to merge or to get lose in each other, the final wish of all living beings.